Jesús Salinas centra su creación fundamentalmente en el paisaje y en la naturaleza. Su temática es realmente agradecida, feliz, colorista.
Explora una paleta de colores contundente e intensa que provoca emociones o nostalgias. No escatima empaste a la memoria que la retina
Conserva texturas cálidas a la sensualidad gozosa de cada viaje. Observa
con paciencia y astucia todos los efectos luminosos de cada arena de playa,
de cada canto de rio, del envés de las hojas más diversas y brillantes de arbustos anónimos o de esbeltas palmeras, de cada color cambiante de las
mil flores que va descubriendo en el entorno natural. Sólo le interesa la
naturaleza pletórica, al margen de toda intervención humana, casi es anecdótica en su obra.

Si los paisajes al óleo adquieren una intensidad casi dramática en colores
cálidos, texturas generosas y composiciones profundas, con una perspectiva alzada, de ojo vigilante, los dibujos son delicadas miniaturas no tanto de tamaño cuanto de percepción. Focaliza su interés en detalles inestables, en
composiciones instantáneas, en datos objetivos con precisión de botánico. Son obras dispuestas para ilustrar cualquier investigación exigente, en cambio en los paisajes se abstrae el análisis objetivista y se da rienda suelta
a la emoción, al recuerdo tan caprichoso como sintético.

Si la técnica es cuidada en los dibujos, en los óleos es elemental y eficaz.
La emoción péndula entre el análisis del grafito y la pincelada compacta de los colores ocres, violáceos, rojizos.

Tanto el ojo, como la mano, han encontrado ajuste perfecto en el tamaño
80 por 80 que respeta con disciplina académica todos sus cuadros. Todo
lo que tiene que decir Salinas cabe de forma elegante y eficaz en este formato. Sobran otros efectos. Deja toda la fuerza al color sabido y a la profundidad soñada del paisaje.

Hay un perfecto respeto entre la forma y el fondo. Paisaje pleno y protagonista.
Rodrigo González Martín (EL ADELANTADO) Segovia

 

Adentrarse en la pintura de Jesús Salinas, produce una sensación similar a la que se siente cuando uno se deja llevar por la descripción fabulada y fantástica, en donde, si bien los lugares corresponden al mundo que se habita, el lirismo con el que se narran parece ubicarlos en estancias de acceso inexplorado y sólo posibles en la imaginación.
Desde ese ángulo de contemplación, los elementos que conforman la totalidad de cada obra, en su sintética articulación, se manifiestan reivindicando atención prioritaria, explicándose a sí mismos, encerrando colores que llaman al sosiego, pero nunca apagados. De este modo, el autor define y compone entornos y paisajes, de aspecto singular, arribados desde el ambiente que genera el porte con el que se distribuyen por el lienzo las piedras, troncos, ramas, hojas o agua, para cuya consecución aplica colores en planos de luz por parcelas que acentúan reflejos y cierta ilusión a estimar movimientos mesurados, con la justa y precisa intensidad de definición, para que en todo momento la sensación de quimérica estancia sea una constante.
Es, en ese terreno, donde la obra de Salinas ostenta la virtud de aparecerse con la brisa de lo nínfeo marcando los límites de una realidad transgredida en la calidad de los cromatismos. Un universo de exuberancia vegetal con aire de leyenda y dibujo a flor de piel.
Es en sí, la pintura de Salinas, una sucesión de sintonías armoniosamente conformadas, caminando en el filo donde lo tangible puede declinar en lo imaginado, o donde, un estanque de quieta agua, mueve el elemento en raíces que, de forma pertinaz, drena caudales en los afluentes de lo encantado.
Juan Antonio Tinte (Crítico)

 

Los momentos escritos.
Los instantes plasmados, en lienzos rotos,
rotos por el color y las sombras.
Por las sensaciones y la inconsciencia.
Reteniendo el espacio la memoria.
La pulcritud indiscreta.
De las sensaciones, de los abismos de la vida.
Como una cadena cortada con el tedio de la tarde
o el vértigo de la noche.
Como una alegoría a tus intimidades casi privadas.
Lucía Pastor

 

Entremezclar el olvido.
La luz irrumpe como una pequeña intrusa,
sosegando el momento.
Aplastar lo cotidiano
para recuperar el aliento
Reteniendo el instante.
Lucía Pastor

 

Fuerzas solitarias que se entremezclan
descubriendo el paisaje.
Las formas surgiendo de la luz, quizás la luz bosquejando
las formas como un lenguaje encubierto en el silencio.
El color llenando el vacío, apaciguando el deseo.
Esas individualidades que necesitan plasmarse sobre
un lienzo, cuando la piel siente, cuando el alma empuja.

Lucía Pastor

 

La sombra, figuras anónimas.
La luz, abocando el milagro, desvelando el misterio.
Respirando el aire para contener lo intangible.
Colores, palabras, frases.
Nuestro mundo en un aliento, derrochando vida, intuyendo
momentos, sobrios, ebrios, como la existencia…momentos.
Lucía Pastor

 

El color, los espacios, las formas desparramándose por un entramado de intimidades desleídas.
Esas manchas persistentes que ahondan en nuestros huecos, perforando la pulcritud, para hacerse ver.
Aflorando en luces, en sombras, en delirios de pintura y tiempo.
Reteniendo el momento, el instante de la atropellada existencia, como un torbellino, casi pacifico de la vida.
Lucía Pastor

 

Un cuadro es algo más que tema, color y composición.
Ha de tener eso que Renoir denominaba sensualidad de la materia,
esa sutil simbiosis que forma el pigmento con su soporte.
Sólo ciertos pintores otorgan esa cualidad a sus cuadros,
tan importante que muchas obras centran su atención en ella
dejando la triada formal de lado.
Pero un cuadro que además posee lazos con la naturaleza,
o con lo doméstico y su tratamiento es sutil y vigoroso requiere dos
actitudes del espectador: la lejanía para la mirada lo abrace por completo y el acercamiento para la exploración centímetro a centímetro de la orografía de la materia dispuesta sobre la tela.
De este modo hay que contemplar los cuadros de Jesús Salinas, el espectador sensible se sentirá arrebatado en ese trance.
Vale la pena ese ejercicio, porque raras veces se da esa conjunción mágica que hace que un cuadro sea arte.
Ángel Esteban (Escritor Ilustrador)

 

Melancolía y Memoria.
Encontrar el sueño de nuestros escombros. La contemplación de los afectos amortiguados por el tiempo.
Limitarnos a ocupaciones tan livianas como inútiles. Revivir la ausencia en
una forzada interpretación.
Lasitud y somnolencia, recuperar la ausencia de aliento. El paisaje afectivo, espejismo de la muerte.
Emilio Ramos

 

“En sus cuadros he descubierto historias discretamente sugeridas, mensajes sutiles de color. Su pintura se va desparramando para ahuyentar el blanco, y a partir de ahí, de la aleatoria combinación cromática, nacen seres y objetos, composiciones equilibradas, narraciones que acotan y terminan despreciando lo superfluo. Maneja colores y texturas cálidas, inspirado por la agitación vital del presente, pero no elude la consciencia de la frialdad que envuelve al hombre de nuestro tiempo: espectador paseante por la soledad geométrica. Son estas obras reflexiones plásticas que profundizan también en la vuelta a los orígenes, a los espacios bucólicos, interminablemente verdes. En este viaje de onírica calidez creativa, sus personajes buscan respuesta a preguntas universales, cuestionan su identidad en ambientes intuidos, entre objetos que les arropan y a la vez les aíslan.
Esta colección de momentos reúne maravillas ocultas y terrores declarados, luces y sombras congeladas en el mágico hermetismo de un fotograma…”.
Fernando Olmeda (Periodista)

 

En un trozo de papel…
…madera…
…lienzo…
…trazos en el tiempo.
Juan A. Peña